Persuadiánme sus ojos, sublime descanso de los míos.
Él, que musicalizaba mis órganos, tambores por corazón, guirnaldas y una canción.
Envenenaba mis oídos, derretía mis pensamientos.
Le miraba en aquellas fotos, sábanas blancas, recuerdo fugaz.
Me aprendí en su cuerpo, en sus muslos, en su finito amar.
Me dijo azul y yo creí que el cielo me ofrecía, dos palabras un poema, su mirada, mi eternidad. Yo mil cosas por sentir, el ni una sola.
Así, con el tiempo, comprendí, era corrosivo, me devoró y hecha trizas quedé.
Su eco, cacofónico en mi interior imploraba no le olvidara, sus plegarias, que fatalidad.
Le temía, como fiera me acechaba , consumía, hundíame.
Lo amé, por costumbre quizás, pero él también em abandonó, me habla a veces, cuando me concentro en mi interior, y es como si nunca te hubieras ido, como si aún gimieras dentro de mí, así por la eternidad.
(Foto: Francesca Woodman)