Hace años edifiqué, con voces, palabras, encuentros, gritos y ruidos de soledades, un altar; crecía día con día hasta que se hizo más grande que yo.
Creía era indestructible, pues era mas fuerte que cualquier cosa que hubiese conocido.
Y un día (hace poco o mucho tiempo, lo he olvidado), mi altar, poderoso altar, se desplomó frente a mis ojos. No comprendí como fué que paso, quise reconstruirlo una y otra vez, pero mis manos eran demasiado débiles y mi alma estaba cansada, entonces me dí por vencida.
El brillo en mis ojos desapareció y mi cuerpo comenzó a flaquear, las noches de insomnio se hacían eternas y el insoportable silencio se volvió mi sombra.
-Es mal de amores-, decían a a mi espalda, y la compasión inundaba sus palabras.
No quería perderme una vez más en aquél abismo, en el que era imposible regresar; así que cansada, llenaba mis oídos de melodías mágicas que transportaban mi mente a lugares maravillosos, llenos de luz.
Un día de tantos, mis ojos se llenaron de color, y el ruido en mis oídos parecía ensordecerme de placer. Un concierto de luces a mi alrededor que solo yo podía ver inundó, mi alma de esperanza y amor.
Mis manos y pies danzaban junto con las plumas que desaparecían con el viento cálido y los rayos del sol.
¿Mal de amores?, no mató lo que amo en mí, olvidó la ausencia de aquella vez y el aire se volvió para dos.
5.09.2010
Mal de amores
Etiquetas:
cuento,
espiritualidad,
U